Observaba silente, pasivo, amoroso. Cada día la miraba
parpadear, estirarse y recobrar la altivez característica. Él ha sido testigo
fiel de sus cambios. La vio poblarse, llenarse de techos rojos, transformarse
en creciente, con torres en su centro, con rascacielos emergentes y también ha
visto como sus propias faldas han sido violentadas. No le quitaba el ojo, era
el espectador constante, fastuoso, campante. Ella disfrutaba su presencia, sus
halagos, su fidelidad. Con el tiempo ha comenzado a sufrir de los embates:
caos, soledad, incomprensión, desidia, odio, inseguridad. Ha perdido belleza,
elegancia, vastedad, aunque por ratos luce alegre, rejuvenecida, orgullosa. En
otros emerge cansada, sucia, ruidosa. Los paseantes, los andantes, los
habitantes, le daban el valor que le correspondía. Hoy no todos lo hacen. Si
antes algunos pocos lucían indiferentes, hoy se han multiplicado.
Mas la madre natura constante siempre ha estado a su lado.
La flora adorna su continente. Los árboles tejen calles y parques. En sus
cielos, con raudo vuelo, la familia Psitácida se hace presente. Al amanecer y
al atardecer, guacamayas, loros, cotorras, pericos y periquitos, engalanan sus
alturas. Son un desfile de organización, de color, desde las aves más inmensas
a las más diminutas. Comprometidas en su recorrido, planeando, con vuelo
ondulante, largo o corto, varias veces al día acarician a la dama. Primero se
dirigen del sur al norte, del oeste al este, luego retornan de norte a sur, de
este a oeste. Desde la autopista o desde el distribuidor, las puedes mirar
entre el bullicio del tránsito vehicular.
En esos momentos del día, el incólume pierde la
majestuosidad, se torna celoso. Mientras la civitas es acariciada por
la bandada. Recobra la lucidez, la ternura, la vistosidad. Él quisiera congelar
la imagen, guardarla, esconderla; no puede. La sensible pincelada aérea lo
enerva. Ella luce plácida, él la disfruta. Entre molestia y quietud, le mengua
el malestar. Le llega el sosiego. Declina el sol. Él en su punto norte. Ella
rendida a sus pies con vestigios de tristeza pero acariciada. Espera el nuevo
vuelo. Un vuelo libre a la esperanza, al infinito.
Nogo12/Caracas, 9 de junio de 2011
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