Yendelki Pérez
¡Bienvenido!
Me detuve súbitamente para ver a través de la rendija, no es que
antes lo hubiera hecho, es que ahora me pareció necesario. Ahí estaba ella,
tan callada, más que callada ausente. Sí, como en los versos de Neruda.
Hay que saber que no es lo mismo, observando a mi madre desde pequeño
entendí esto. Cuando una mujer calla habla con la mirada, te
grita, te daña. En conclusión, aquella mujer estaba no estando.
Decidí tocar el timbre, lo oí sonar dentro, ella seguía igual. Quería
continuar mi camino pero algo me mantenía atado a aquella puerta, a
aquella fina rendija donde podía verla. Por momentos parecía disminuir, o
crecer. Llamé nuevamente a la puerta y no, no hizo nada.
Sentí pasar los minutos, alguien me tropezó la espalda y no presté
mayor atención. Me encontraba absorto, esa mujer, de cabellera negra,
larga hasta la cintura me atraía, sí, eso: me atraía.
Finalmente se movió. Después de horas había movido sus piernas para
adoptar otra posición.
Su vista se mantenía lejana, no parpadeaba. Ahora estaba de piernas cruzadas. Sentí un escalofrío en la nuca y algo que vibraba en mi bolsillo. Lo ignoré, ella parecía cobrar vida a través de mis ojos. Con manos temblorosas decidí intentar nuevamente con el timbre, ella siguió inmutable.
Su vista se mantenía lejana, no parpadeaba. Ahora estaba de piernas cruzadas. Sentí un escalofrío en la nuca y algo que vibraba en mi bolsillo. Lo ignoré, ella parecía cobrar vida a través de mis ojos. Con manos temblorosas decidí intentar nuevamente con el timbre, ella siguió inmutable.
Yo ya comenzaba a molestarme, sentía que perdía el tiempo estando
allí de pie. Llevaba horas observándola y no había sacado provecho
alguno de la situación. Su piel blanca, pálida, ojos negros y profundos…
Aún no oscurecía, estaba seguro de ello pues estaba mirándola allí,
sentada en su silla descansando observando las flores del jardín.
Había algo extraño en ese jardín. Sentí miedo. Ella se veía tan cálida y segura.
Comencé a toser. Mis manos arrugadas y manchadas eran una novedad. ¿Cuánto tiempo había estado ahí de pie?
La puerta se abrió y ahí estaba ella. Su cabello había crecido…
aunque, visto de cerca aquello realmente no parecía su cabello sino una tela negra que llevaba sobre la cabeza, una especie de túnica…
de capa o ¿qué se yo? comienzo a olvidarme de las cosas. Ya se me ha
pasado el miedo, afortunadamente.
-¿Vienes? -le oigo decir aunque su boca no parece moverse.- Bebamos una copa de vino.
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