“UN PREMIO LITERARIO DURA DOS O
TRES HORAS DE FELICITACIONES POR MENSAJITOS DE TEXTO”
Con soltura, tino y hasta con desenfado,
Gabriel Payares (Londres, 1982) respondió algunas
preguntas y nos brindó su óptica que se nos antoja singular y necesaria por su
condición de escritor reciente y, además, por haber sido galardonado en los
concursos de cuentos más importantes de nuestro país. He aquí lo que nos dijo
sobre lo que opina de los premios, su perspectiva en torno a la literatura
nacional y sobre sus libros de cuentos
Cuando bajaron las aguas
y Hotel.
¿PREMIOS CONSAGRATORIOS?
-¿Qué ha significado
para ti ganar premios tan importantes como el de Monte Ávila para escritores
inéditos, el del certamen de la Policlínica Metropolitana, el del diario El
Nacional?
-No son tan importantes, he ahí el asunto. Son nuestros
únicos premios de cuento –contando, además, el SACVEN- pero no son realmente
consagratorios. Un premio literario dura unas dos o tres horas de
felicitaciones por mensajitos de texto, y luego lo que tardes en gastarte el
cheque, que es menos aún. Pero uno lo agradece mucho porque es la única manera
de hacer dinero con lo que a uno le gusta hacer. Aún así, los premios
nacionales pagan poco y son efímeros, pero claro, todo hay que decirlo, son un
buen aval para ir a tocar la puerta de una editorial privada, y vamos, es mejor
ganarlos a perderlos. ¿A quién no le gusta ganar? Pero me late que no hay mucha
gente pendiente de quién gana el premio de El Nacional cada año, más allá de
los cuatro gatos que integramos la comunidad letrada.
LA LITERATURA ACTUAL EN
VENEZUELA (DENTRO Y FUERA)
-¿Cómo aprecias el
panorama de la narrativa venezolana contemporánea? Hemos hecho varias lecturas
y hay consenso en afirmar que estamos viviendo un momento de revitalización
importante, que hay mucha gente joven escribiendo, que han estado surgiendo
grupos editoriales públicos y privados, que se publica más, etc.
-Desde hace rato se insiste en este resurgir del interés por
la narrativa, cuya piedra angular es la aparición de nuevas voces. Y eso es
siempre un elemento a agradecer. Sin embargo, nuestro carácter impaciente e
inmaduro nos ha llevado a menudo a anunciar, con bombos y platillos y letras de
bronce, que se trata de una época dorada de nuestra narrativa, suerte de
compensación infantil de nuestra poca participación en el Boom. No estamos ante una época dorada, ni mucho menos, pero sí
ante una proliferación de narradores jóvenes que podría resultar interesante.
El tiempo dirá, claro, pero como afirmaba al respecto Ana Teresa Torres en una
entrevista que le hice hace mucho, es más fácil armar un equipo de fútbol si
tienes muchos jóvenes interesados. No todos serán buenos, no todos serán
pequeños Ronaldos, y no todos servirán para armar el equipo perfecto. Pero al
menos son muchos y eso aumenta las probabilidades. Flaco favor nos hacen a
quienes escribimos aquellos dispuestos a una consagración fácil, rápida,
televisiva. En el momento en que un narrador joven se cree su propio personaje,
su obra se va a pique como el Titanic. Está comprobado. Convengamos en decir
que nuestros narradores son la Vinotinto del cuento breve: hemos ganado algunos
partidos y estamos foguéandonos lentamente. Hay esperanzas y expectativas. Pero
nunca falta un ingenuo que pida a gritos ir al Mundial.
-¿Cómo ves la proyección
internacional del escritor venezolano fuera de nuestras fronteras?¿Cuál ha sido
tu experiencia? ¿Qué recomendaciones podrías sugerir a este respecto?
-Mínima. Ha habido iniciativas aisladas, eco sin duda de lo
que comentaba en la pregunta anterior y a su vez del chavismo, que a pesar de
todos los problemas y desastres que ha significado en sus quince años de
gobierno, resultó ser una catapulta mediática para lo venezolano, y por ende
podría rendir frutos. Yo no sé si es preferible ser reconocido fuera del país
por la altanería de Hugo Chávez o por el Miss Universo o por las telenovelas de
Caterine Fulop; pero en todo caso, ha habido un creciente interés internacional
por leer a Venezuela. Revistas como La
Balandra (Argentina), Circulo de
poesía (México), INTI (EEUU) o Planta (Argentina) han pedido
colaboraciones mías para distintos abordajes de nuestras letras, aunque
usualmente, claro está, impulsadas por algún venezolano que vive en esos
países. En ese sentido, la emigración masiva de profesionales al extranjero ha
servido también para divulgar nuestras letras y hacernos un pequeñísimo nicho.
Al menos ya saben que existimos. Habrá que bregar más aún para resultar
atractivos, rentables y estéticamente importantes, pero creo que para alcanzar
esos niveles aún nos falta mucho. Y sobre todo nos falta una plataforma de
promoción que nos apoye. No podemos depender de las organizaciones de amigos o
socios privados para ir a la Feria de Guadalajara, por ejemplo, porque sus criterios
son siempre autopromocionales. Y el gran responsable de divulgar nuestras
letras, que sería el Estado, no lo considera algo necesario a menos que pueda
convertirlo en propaganda política. Algo paradójico de cara a la enorme
inversión que han significado las labores de Monte Ávila Editores, Fundarte y
la Casa de las Letras Andrés Bello en el descubrimiento de nuevas voces y
talentos. En fin, no es fácil darse a conocer fuera del país.
LOS LIBROS DE CUENTOS Y
LOS CUENTOS QUE HAN HECHO LOS LIBROS
-En Nagasaki (en el corazón), hay una anécdota que se puede reconstruir
pero también hay párrafos donde el autor introduce una serie como de
comentarios filosóficos sobre la vida misma, que giran alrededor de la historia
contada. Quería saber si esto forma
parte de tu estilo de escribir, si es algo que haces siempre de forma
intencional.
-Yo suelo pensar que todo lo que uno escriba de acá a los 40
años de edad es experimental, es decir, que uno está buscándose, está
intentando a ver qué es lo que mejor le sale. Hotel, en ese sentido, que es el libro de relatos en el que está
“Nagasaki (en el corazón)” contenido, es un libro lento en comparación con su
predecesor, Cuando bajaron las aguas,
que era un primer libro más catártico, más ingenuo, más móvil. En Hotel intenté un golpe de péndulo hacia
el otro lado, es decir, hacia adentro: hacia la reflexión como eje fundamental
de la experiencia literaria, hacia la indagación en las propias ideas y la
propia existencia por encima de la construcción de una anécdota -digamos-
divertida o entretenida. No me interesa contar cosas que ocurrieron tanto como
estudiar lo que esas cosas pueden significar, y en ese sentido sí, es una marca
personal, forma parte de mi investigación. Creo que cosas semejantes son lo que
distinguen a un escritor de un cronista, por ejemplo. Contar el puro relato,
desprovisto de una filosofía que lo acompañe, de una densidad y una profundidad
de sentido existencial, a mi modo de ver, es un acto un poco vano. No es que
eso tenga nada de malo, pero creo que la escritura como proyecto estético es
también un proyecto de indagación personal y filosófico. Si no, ¿para qué
escribir? ¿Sólo para entretenerse? Leer es mucho más divertido y hay bastante
material escrito en el mundo. Lo que sí veo ahora y en su momento no vi, es que
esa reflexión y esa densidad de pensamiento no tienen que estar necesariamente
enunciadas en el texto, no tienen que ser tan explícitas como lo son en Hotel, sino que pueden desprenderse de
ciertas sinuosidades del relato. Eso es lo que intento actualmente en mi tercer
libro de cuentos: abordar las reflexiones y la filosofía de vida para lo cual
los personajes son, un poco, una excusa narrativa, sin por ello enlentecer el
relato y detener el párrafo en la voz del narrador que se pierde en sí misma.
Intento hacer algo un poco más dinámico, sin sacrificar la densidad sicológica
y experiencial. Esto último es, para mí, lo más importante del arte: los
esquemas que puede uno romper o cuestionar en el lector.
-En Nagasaki (en el corazón) se menciona al escritor venezolano José
Antonio Ramos Sucre y a los denominados poetas malditos. Pero Ramos Sucre
también está en la novela La tarea del
testigo de Ruby Guerra, en los cuentos de Criaturas de la noche de Israel Centeno, etc. ¿Por qué Ramos
Sucre?, ¿qué representa para ti este escritor?, ¿qué peso crees que tiene en
los escritores venezolanos del presente?
-Sí, creo que Ramos Sucre es un ícono importante para
nosotros en el mismo sentido en que lo es Bolívar o lo es Miranda, pues se
trata de un venezolano ilustre, de reconocimiento en el extranjero, que además
vivió una vida atormentada e incomprendida en su país y murió en el extranjero.
Al parecer hay algo en esas figuras que nos resulta fundacional y que nos llama
profundamente la atención. Nuestros próceres son hombres desterrados y
derrotados, en el caso de Bolívar por su propio pueblo, en el de Ramos Sucre
por el insomnio. O por el calor de Cumaná, quién quita. Pero la aparición de
Ramos Sucre en “Nagasaki (en el corazón)” es apenas, como dirían los entendidos
del cine, un cameo: una mención apenas, dado que el profesor protagonista es
profesor de literatura.
-¿Cómo construyes tus
libros? ¿Los cuentos van surgiendo o escribes alrededor de una idea o de un
concepto o de una imagen que te llama la atención? Por otro lado, el relato
Cuando bajaron las aguas lo escribiste teniendo en mente la tragedia de Vargas?
Porque uno lo lee y la tiene muy presente, pero nunca se menciona un nombre o
un lugar, una fecha.
-Hay una imagen que me parece muy acertada para explicar el
proceso de composición de un libro de cuentos, y es la del disco de música. Uno
compra un CD de su artista favorito y en él están contenidas al menos 15
canciones distintas, cada una en su estilo y momento particulares, cada una con
sus inflexiones, pero eso sí, todas formando un conjunto estético que es el
disco, y por lo tanto compartiendo algunas características que los hacen formar
parte de un todo orgánico, más que de una antología personal. Mis libros de
cuentos surgen de ideas o de impresiones que quiero abordar, de anécdotas
personales en las que he hallado trascendencia, en fin, en el combustible vital
que tenemos a mano, y se van articulando en tono a un pivote filosófico o
teórico o estético que descubro sobre la marcha. Eso significa que concibo los
libros de cuentos como proyectos orgánicos, completos, y no como una
compilación de los relatos que tenía escritos hasta la fecha. No es raro para
mí escribir varios relatos a la vez, como aconsejaba Bolaño.
Respecto a “Cuando bajaron las aguas”, creo que la anécdota podría perfectamente adecuarse a la tragedia
de Vargas, sí, sin que por ello se trate de un cuento “sobre la tragedia”. El
cuento va de la descomposición del núcleo familiar y es una gran alegoría de
situaciones emocionales muy intensas que se suscitan en el seno de las
relaciones entre padres e hijos y cómo esas situaciones cobran cuerpo en la
psique del heredero. El libro todo -que se llama igual que este cuento-
persigue esa temática: la herencia, la transmisión padre-hijo, aquello que nos
es legado y que debemos aprender a cargar como algo nuestro, queramos o no.
Verás que son más importantes para mí las ideas que las anécdotas concretas. El
hecho desnudo no significa nada, a menos que lo revistamos de capas y más capas
de significado. La experiencia del mundo es ésa: hacer que las cosas que
ocurren afuera de la cabeza tengan repercusión en el adentro.
Arleny Aguilera
Brigitte Montero
Juan Manuel Romero
José R. Simón P.
En una clase de Literatura en la Ucv leímos de Payares un cuento llamado Nagasaki en el corazón, la verdad a todos nos gustó mucho aunque tuvimos que leerlo en más de una oportunidad. Yo creo que es importante leer a nuestros autores jóvenes, hay que darle chance a la literatura venzolana, que vive una etapa interesante como el cine. Muy buena la entrevista, me gustó la relación entre el libro de cuentos y el cd del cantante. Alfredo R.
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