El Taller

Fue el mes de julio del año 1976, en el Instituto Pedagógico de Caracas, tiempo y lugar en el que nació el Taller de Expresión Literaria Marco Antonio Martínez de la mano de José Vicente Abreu. Desde entonces, nos reunimos en las instalaciones del Instituto de Investigaciones Lingüisticas y Literarias Andrés Bello, no para enseñar a escribir sino a discutir el texto que a la mesa llega. No es fácil exponer en público la palabra que ha nacido desde la intimidad, pero cada viernes, desde que atravesamos las puertas del IVILLAB, el texto deja de ser nuestro. (Vanessa Hidalgo)

lunes, 5 de marzo de 2012

Yendelki Pérez, frase








"Como grillo en la noche se ocultó en los trazos de sus manos, cual cuaderno quedó impregnado de líneas todo su ser"










Texto leído: "La Destrenzada."
Los Días del Fuego
Saga de los Confines
Liliana Bodoc


Nanahuatli ya se había alejado lo suficiente de la puerta de la lechuza. Podía detenerse a sentir miedo y frío sin correr el riesgo de que un brujo con hábitos de pájaro la oyera perder su ánimo de princesa. Se dejó caer a los pies de un árbol y comenzó a sollozar bajito por si acaso el oído del halcón estuviese más cerca que el halcón mismo.
La temporada de lluvias que cada año llegaba a los confines se aproximaba. Y eso sencillo de notal aún para alguien que venía del país del sol. El viento ya casi no cesaba de sacudir el bosque, pocas criaturas recorrían los senderos, y no había frutos para alimentarse. Nanahuatli también sabía que apenas comenzara la lluvia torrencial, las aguas para beber, que en la buena estación eran tan abundantes, se pondrían borrosas e inservibles.
Muy distinto había sido su viaje desde el norte; porque entonces anduvo por caminos soleados, siempre soñando que Thungür estaba cerca. Pero sobre todo, pensó Nanahuatli a pesar suyo, porque entonces no tenía ningún sitio al cual regresar. Atrás quedaba su ciudad dividida por la guerra, y el príncipe Hoh-Quiú asesinado. Atrás, en el templo de las Vírgenes, las doncellas consagradas se deshacían en sus lechos blancos. Ahora, en cambio, había lugares donde la recibirían sin reproches. Kuy-Kuyen y los niños estarían alegres de verla entrar en la casa de troncos y le harían un sitio junto al fuego. Pero su orgullo de princesa era grande. Nanahuatli ajustó las tiras de sus sandalias, y se irguió para seguir avanzando.
Tras un rato de andar contra el viento pensó que lo mejor sería buscar un refugio donde pasar la noche. Al amanecer, cuando el sol colocara en su sitio los cuatro costados de la tierra, ella comenzaría su marcha hacia el norte lejano, el que quedaba después del pantanoso. El norte más allá del desierto y más allá, según decían, de la mansa Lalafke.
                Nanahuatli comenzó a buscar un lugar a resguardo del viento si tenía suerte, hasta podría encontrar uno de esos cobijos que solían hacer los cazadores para encender el fuego o dormitar.
 Estaba a punto de acomodarse junto al aún enorme tronco caído cuando un resplandor dorado que iluminaba el bosque atrajo su atención.
La luz no era de fuego ni de la luna, y tampoco le estaba destinada. Nanahuatli comprendió que esa luz no la buscaba ni la requería. Sin embargo caminó hacia ella con la certeza de hallar a la Destrenzada.
Puedo verla con nitidez porque los ojos del hombre la iluminan” le había dicho el halcón. No era posible que se tratara de otra luz.
Nanahuatli avanzó con sigilo, temiendo que la Destrenzada y su amado la escucharan llegar y se escurrieran en el bosque. Menos que eso, bastaría con que ese hombre cerrara los ojos para que ya no pudiese encontrarlos.
-¿Tanto la ama ese hombre que así brillan sus ojos? Nanahuatli tuvo que andar bastante porque la luz estaba más lejos de lo que parecía. Mientras se acercaba fue apretando su cautela: miraba antes de pisar, pisaba con la punta de los pies y se cuidaba de las ramas. Finalmente Nanahuatli puso sus ojos en un sitio del bosque que no era para ella, ni para ninguna otra criatura en ese instante.
Desde su lugar podía ver al hombre. Sin conocerlo, supo de inmediato de quien se trataba. Era Welenkín, el que tenía la belleza como primera virtud.
Varias veces Wilkilén le había contado sobre él; siempre repitiéndole que la belleza del brujo de piel cobriza no era suya sino de la creación. Y Nanahuatli vio que era verdad, porque en la belleza del brujo se mezclaban todos los colores del otoño en el bosque. Sus ojos eran el sol estirado del amanecer. Y en su cuerpo vivían los pumas que trepaban, en las noches limpias, las laderas rocosas de las maduinas.
La Destrenzada caminaba hacia Welenkín sin vanidad ni vergüenza.
De pronto, sin más motivos que una sospecha que no alcanzó a tomar forma, la Destrenzada giró un poco su cabeza. Pero enseguida apartó la inquietud y avanzando. Aún así ese leve movimiento alcanzó para que Nanahuatli la reconociera.
Al principio la princesa se negó a creerlo. Una y otra vez apretó los ojos y volvió a abrirlos sólo para admitir, ya sin ninguna duda, que la Destrenzada era quien era.
El dolor por lo que no tenía y el miedo de haberlo perdido para siempre le hicieron creer a Nanahuatli que el brujo y la Destrenzada se burlaban de ella. No entendió que escuchaba risas de amor. En cambio, creyó que los amantes se reían de su pena. La princesa se alejó llorando lágrimas de color ámbar, amargas y espesas como son lágrimas de furia.
Adentro de la luz, Welenkín y la Destrenzada eran un abrazo silencioso.
El brujo partía hacia las islas. Y la temporada de lluvia, que pronto transformarían el bosque en una zona pantanosa y hostil, les impediría reunirse por un largo tiempo.
La noche transcurrió sobre los dos cuerpos tendidos y serenos, tendidos y cansados, y otra vez serenos.
-Traje esto- Dijo la Destrenzada entregándole a Welenkín una espina de coral perforada en un extremo, y puesta en un cordel del seda.
El brujo la colgó de su cuello.
-Llega el amanecer, debes irte
-Si dormimos quizás no amanezca- respondió la joven. Y se ovilló junto al cuerpo de Welenkín.
- Pero ya amanece.
El brujo de los ojos dorados escuchó las lágrimas que llegaban.
-Piensa en esto… - dijo-. Si el día presente quiere parecerse al día pasado, el tiempo pasa lento y duele. Si el día presente quiere parecerse al día futuro, el tiempo pasa lento y desasosiega. Si el día presente se parece al día presente, el tiempo transcurre en su justa música y acompaña.
Poco después, la Destrenzada se alejó por un camino familiar.
Lo recorrió despacio y sin llorar. No quería que los pájaros la vieran y fueran a contarle a Welenkín que su corazón no había comprendido aquello de los días presentes y los días pasados y que, en cambio penaba por los días futuros.
Después de mucho andar la Destrenzada llegó hasta la puerta de su pequeña casa de madera. En el interior no se escuchaban ruidos. Eso significaba que todos dormían aún, sin notar su ausencia.
Antes de entrar se trenzó con firmeza el cabello. Mientras lo hacía, algo cambió en ella. La transformación apenas se percibía en su apariencia: un poco menos redondeada, un poco más niña. Pero era grande el cambio de su alma.
Porque si en ese instante alguien le hubiese hablado de un puma y una joven, Wilkilén se habría puesto a reír creyendo que era un juego.

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