Michelle
Rodríguez
Al
natural
Estaba allí, contemplando la luna cuando de la nada apareció un Ser
extraño, pero hermoso: era la sensualidad en cuerpo y alma. ¿Quién era? No sé.
¿Qué buscaba? Tampoco. ¿Me gustaba? Jah. ¿Qué si me interesaba? Simplemente me
encantaba. Sus brazos, su cuerpo, su mirada, su sonrisa, y más aún, las ganas
de hacerlo mío me seducía, me instigaba. De hecho, yo quería todo en él, de él
y con él, y lo logré.
Sus labios escalaban mis cordilleras de norte a sur, nos uníamos más que
Pangea. Los sismos del deseo invadían nuestros cuerpos, suprimiendo las
coordenadas lógicas que orientan una parvada de aves. Éramos grandes volcanes en
erupción, y la lava ardiendo recorría una y mil veces los recónditos senderos
que componen nuestra geografía. Mientras, una lluvia de azahares transformaba
del más puro blanco los suelos de aquella grandiosa selva. Podía reír, sudar,
gemir, temblar, hablar, y él allí, tocándome. Ambos sumergidos en los infinitos
océanos del placer, tatuando formas eternamente ancestrales en aquellos campos
universales. Fue mío, se volvió parte de mí. Finalmente, se convirtió en Rocco.
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