El Taller

Fue el mes de julio del año 1976, en el Instituto Pedagógico de Caracas, tiempo y lugar en el que nació el Taller de Expresión Literaria Marco Antonio Martínez de la mano de José Vicente Abreu. Desde entonces, nos reunimos en las instalaciones del Instituto de Investigaciones Lingüisticas y Literarias Andrés Bello, no para enseñar a escribir sino a discutir el texto que a la mesa llega. No es fácil exponer en público la palabra que ha nacido desde la intimidad, pero cada viernes, desde que atravesamos las puertas del IVILLAB, el texto deja de ser nuestro. (Vanessa Hidalgo)

lunes, 2 de abril de 2012

3º mención especial

Alvaro Pérez Capiello - 3º mención especial

Economista egresado de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) con un Posgrado en Gerencia y Administración de Recursos humanos en Barcelona, España. Ha escrito 9 libros entre los cuales están “Guardatinaja” y “El Desván de lo Oculto”. Ha ganado varios premios como “La Orden Alexander Pushing”. Frecuenta los textos de escritores como Oscar Wilde y Edgar Allan Poe y se inclina hacia el género de novela, cuento y ensayo.

Seudónimo: TEMERARIO

Apreciada Angélica:
Tal vez un escritor no necesite motivos para enfrentarse con una hoja de papel en blanco, tal vez sólo sea fruto de la casualidad hallarme una tarde, junto a la ventana de mi estudio, contemplando a la ciudad arropada por la lluvia, pincelada por esa luz opaca y seductora de Enero. Ese día hacía tanto frío como hoy. Mi silencio interior fue roto por una llamada telefónica. Sí, todavía escucho aquel campanazo largo, seco, quizás cortante, ring, riing, riing… – Aló, respondí mientras levantaba el auricular. – ¿Está Eduardo Pérez?, alcanzaste a preguntar desde un apartamento suspendido entre las nubes al otro lado de la ciudad. – Está equivocada, contesté evitando las palabras como lo haría un habitante de las profundidades, un ser que sobrenada entre el concreto y las aceras de una urbe populosa. Pocos segundos después volvió aquel sonido, ring, riing, riing. Otra llamada, la misma voz, el mismo sentimiento. Esta vez, escuché mi nombre completo, Alvaro, el destino jugaba sus fichas en el tablero de la vida una tarde cualquiera, también fría, también seductora. Una amiga en común te proporcionó mi número de teléfono, ¡quién podría siquiera suponer que aquel papel arrugado, doblado a la mitad, todavía lo conserves como el oro de un tesoro pirata! Una semana después, fijamos una reunión para conocernos, fue en aquel restaurante del Centro Lido localizado cerca del módulo de ascensores, dos niveles por encima de las salas de cine.
Yo llegué puntual a la cita, a cinco minutos para las cuatro de la tarde. Vestía una franela gris, pantalón de pana, y zapatos marrones de trenzas, sostenía en las manos un puñado de libros viejos y, aunque me cueste confesarlo, tenía miedo. Desde una mesa, ubicada a la diestra del bar, te vi entrar… Mis ojos se clavaron en tu chaqueta azul celeste, y así, sin conocerte, tu silueta encajó perfectamente en los vacíos del corazón. De pronto, me imaginé rozando con la punta de los dedos esos cabellos amarillos, brillosos por las luces de neón del cielorraso. Me vi allí, junto a tu piel blanca, compartiendo la tarea de seguirle el rastro a las mariposas y los saltamontes sobre la alfombra verde del jardín en un tiempo congelado capaz de dominar las huestes del olvido. Al levantar la mano desde mi escondite secreto, fuiste a mi encuentro, ocurrió entonces nuestro primer beso en la mejilla, el ingrediente secreto de un poderoso hechizo de amor. Sentí tu respiración pausada, aquel leve temblor del cuello que se prolongaba hasta la comisura de los labios, percibí tu perfume, el olor de azahares, cayenas y madera, aderezado por un sudor dulce y delicado. Entonces tu imagen conquistó mis sueños mientras conversábamos al amparo de una cerveza fría y un cóctel de frutas tropicales. Hablamos de literatura, de cine, también del mar y las comidas exóticas. Nuestras pasiones se vistieron, pues, con un ropaje común: las emociones del compartir, entre el humo de los cigarrillos, las bandejas de metal barato atestadas de copas bamboleantes, y aquella música vieja que carraspeaban las cornetas de una rocola decorada con la estampa de los Bee Gees.
Las cosas no terminaron allí, esta era la anatomía de un comienzo… Deslastrándonos del fantasma de la separación fuimos a parar a la plaza Bolívar de El Hatillo. Benditos sean esos churros con chocolate que me permitieron retenerte a mi lado por unas horas, mientras la noche se acercaba y los faroles medían fuerzas con las estrellas. Sobre una banca de madera tomé tu mano, sentí aquella sangre correteando como niña traviesa por las venas brotadas por tanta emoción, advertí mi perfil esculpido en tu frente al igual que una marioneta mecida por las cuerdas del amor, te entregué mi alma con el primer “te quiero”, y anudé mis labios a los tuyos con la misma soga que ataba al yugo la lanza del carro de Gordio, el mítico rey de Frigia. Hoy, a través de esta carta, te confieso que sólo aceptaría la muerte si ella fuera el pasaporte para encontrarte, para estar juntos otra vez. Mi felicidad pasa por cada una de tus letras así como la certeza de que no me gustan los churros.

A

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