Damiarys Ramírez - 3º lugar
A ti,
Querido desconocido
(O Sr. Testosterona).-
Me gustaría escribirte que me hiciste comprender las rimas arrastradas por los pelos creadas por el hombre éste que no tolero, el Ricardo Arjona ese, que me hiciste ver ponies eméticos eyectando lluvias de arcoíris a diestra y siniestra, que la tierra deja de girar si tu no estás, que ya me imaginé contigo la casa, el carro morado y la parejita de mellizos y demás frases clichés que la coraza e imagen de mujer dura que con gran trabajo he creado, me impiden vociferar en público, pero es que anoté mal tu número y para colmo, agarré la dirección contraria del metro. Soy una tonta, una tonta.
“Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”, Cortázar, mi amigo, no podía estar más en lo correcto, lo peor es que no me di cuenta en su momento. Ahora que te me has perdido entre 5 millones de caraqueños, no sé, es que no logro bajarle a ésta taquicardia que me está afectando.
Te diré la verdad, comencemos por el principio. Ese día fue diferente, mi plan inicial no era compartir transpiraciones, aliento y espacio con otros solitarios, ni mucho menos. Ese día iba a hacer jogging en la mañana, iba a estudiar para el parcial de la semana de arriba, iba a sacarme la cédula, iba a limpiar el cuarto, iba a tener conversaciones vacías. Lo que más se planea, no se da. Pero entonces me quedé dormida; Les, la nerda no sabe nada de química y no puede explicarme, el SAIME no instaló el punto y mi cartera, tan bella, la dejé olvidada en casa. Lo que tenía, me alcanzaba solo para un viaje de ida en ese subterráneo, que bien podría quedar al ladito del infierno. “Son solo 3 estaciones, calma”. Los audífonos, el mejor invento del hombre, siempre han resultado una perfecta excusa para aislarme de las viejitas con fobia al silencio. Pero erré, pensé mal, sin previo aviso, los ensordecedores a corto plazo, entraron en huelga y no me quisieron pasar la música de los cables. Una falla, una extraña danza no planificada, te llevó a tropezarme conmigo y a mí a levantar la mirada. “Discúlpame, de verdad”, con voz agradable me dijiste y la respectiva media sonrisa de vuelta, mientras pensaba: “Mijo, puedes tener más cuidado”. Nada me sacó de mi mundo. Y ya, planeaba seguir en lo mío.
Tú, tal vez con más inteligencia emocional que yo, que ni sabría identificar al amor ni siquiera si viniera de piloto en un Ferrari a atropellarme, decidiste arriesgarte, pero no fue el mejor intento. Dos minutos luego de la primera colisión, me lanzaste un “Me puedes decir la hora?”, aun cuando la operadora y reloj en tu mano izquierda repetían: “1:04 pm”.
Compréndeme, soy lenta. Te voy a empezar a hablar, ya entendí. Un torpe inicio para la mejor conversación. Nada de silencios incómodos ni de chistes incomprendidos. Llena de palabras hechas a bases de rayos X. Porque me traspasaron. No vale, Bienvenida Srta. Intensa.
Por lo menos había aire acondicionado. En su sano juicio, nadie agradecería que se haya generado un retraso de 20 minutos. Tiempo suficiente para que el pasado y el futuro no me preocuparan, solo ese momento, con ese absurdo escenario. 20 minutos que me bastaron minutos para detallar tus ojos grises, en un misterioso parecido con Servando. En los que me di cuenta que a tu lado la desconfianza sería un mito, el miedo, un rumor y la felicidad, eterna.
No entiendo para que aterricé y me di cuenta que mi estación ya había pasado. Yo ni siquiera sé despedirme. Me niego a creer me haya auto saboteado. Por favor, aparece. Pero ya. Creo que a mi la demencia senil se me adelantó y tu voz ya está divagando en mi memoria.
GurrU.
No hay comentarios:
Publicar un comentario